INTRODUCCIÓN

A fines de 2017 la Arquidiócesis de Montevideo encargó una encuesta[i] para conocer el vínculo de los católicos con la Iglesia, y la catequesis. Entre otras cosas, la encuesta observó que:

  • Los católicos dan menor importancia a su religión que los creyentes de otras religiones.
  • Casi todos los católicos montevideanos adultos fueron bautizados, y el 80% fue a catequesis y recibió la comunión. Sin embargo, el 45% de los católicos con hijos mayores de 6 años no le da mayor importancia a la formación religiosa de sus hijos.
  • Lo más valorado de la catequesis parroquial son las “actividades asociadas a la puesta en práctica de los valores católicos (merendero, colectas para ayudar, por ejemplo)”.
  • Los padres que no envían a sus hijos a catequesis, valoran la catequesis recibida en su propia formación personal, pero no les interesa transmitirla a sus hijos.
  • Parte de los chicos que asisten a catequesis, lo hacen por su propia voluntad.

Se atribuye la menor asistencia de los hijos a catequesis a los siguientes factores:

  • Cambios en los estilos de crianza (mayor “liberalismo”)
  • Alejamiento de la Iglesia por decepciones (y por comodidad…)
  • Racionalización de la religión: (lo que importa son los valores)
  • Instituciones laicas promueven valores similares a los del Catolicismo (más valores…).

La primera conclusión de la encuesta es que haber tenido formación catequética no asegura:

  • Que los padres quieran que sus hijos pasen por la misma formación.
  • Que las personas mantengan un vínculo cotidiano con la Iglesia en su vida adulta.

Estos hallazgos indican que la formación católica recibida por quienes hoy son adultos, fue de pésima calidad. ¿Por qué? Porque a la luz de los resultados, fue en el mejor de los casos, una educación en valores, donde Jesucristo se parece más a un “referente moral” -a un gurú- que al Hijo de Dios vivo, hecho hombre, muerto en la cruz para salvarnos del pecado y de la muerte, y resucitado para que creamos en la vida eterna.

El desinterés de los padres en transmitir a sus hijos la fe que recibieron, evidencia que esa formación no les dejó huella: no parecen saber que en esta vida, nos jugamos la salvación eterna, ni que de nuestras acciones en esta vida, depende nuestra felicidad –o infelicidad- eterna, pues iremos al Cielo si actuamos bien, y al infierno si actuamos mal. Tampoco parece estar claro para los católicos, la importancia de la Misa y de recibir a Jesucristo en la Eucaristía.

Tan trascendentes son estos aspectos de la formación católica, que difícilmente, alguien que los haya incorporado a su conciencia, pueda darles una importancia secundaria. Por eso, la pérdida de la fe de los padres, su alejamiento de la Iglesia y la poca o nula importancia que le dan a la formación católica de sus hijos, nos dice que la formación que recibieron, fue pésima. 

Por eso entendemos necesario brindar a los hijos de los adultos actuales, la mejor formación católica que sea posible, tanto en los colegios católicos como en las parroquias. Algo hay que cambiar en la formación catequética que se viene dando desde los años 60 y 70, porque no se pueden esperar resultados distintos si se siguen haciendo las mismas cosas. La cuestión es ¿qué es lo que hay que cambiar en la educación católica? Algunas ideas daremos en este trabajo, que es fruto de algunas reflexiones propias, y muchas ajenas[ii].

1.            ¿A QUIÉN HAY QUE EDUCAR?

La clave de la educación, es tener claro quién es el destinatario de la educación. Dice Frank Sheed en “Sociedad y sensatez” que si quien fabrica máquinas estudia el acero, y quien fabrica estatuas, estudia el mármol, entonces quien educa personas, debe estudiar al hombre. No podemos educar al hombre si no sabemos qué es el hombre: el hombre, debe ser educado según su naturaleza.

El hombre, para los católicos, es una persona creada a imagen y semejanza de Dios, para conocer, amar y servir a Dios. Todo hombre tiene un cuerpo material y un alma espiritual. ¿Cómo sabemos que tiene alma espiritual? Porque el obrar sigue al ser. Por tanto, si el hombre es capaz de realizar actos espirituales –amar, reír-, debe tener un alma espiritual. Y como lo espiritual no se corrompe, el alma del hombre es inmortal.

Según Boecio, persona es una sustancia individual de naturaleza racional, y por tanto, posee inteligencia para descubrir la verdad, y voluntad para elegir el bien (real o percibido). Otra nota característica del hombre, es la libertad. Además tiene pasiones, apetitos, sentidos, etc. Y todo eso hay que educarlo para que tenga un comportamiento armónico que lleve al perfeccionamiento de la virtud, importante para la salvación propia, pero también necesaria para que el hombre libre, que actúa en relación con otros hombres, pueda contribuir al bien común de la polis.  

A quien hay que educar, por tanto, es a una persona creada a imagen y semejanza de Dios. Hay que educar a una persona con cuerpo y alma, con inteligencia y voluntad, para que libremente, busque la verdad y haga el bien, esto es, para que conozca, ame y sirva a Dios en esta vida, y en la vida eterna. Hay que educar al hombre para que crezca en virtudes (sobrenaturales y humanas) y para que en contacto con otros hombres, se ayuden mutuamente a salvarse y a procurar el bien común de la polis. Este es el hombre al que hay que educar.

2.            ¿QUÉ ES EDUCAR?

Para Santo Tomás de Aquino, la educación consiste en la “conducción y promoción de la prole al estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”[iii]. Tanto las virtudes humanas, como virtudes las sobrenaturales. Y educar es, ayudar a un hombre a relacionarse con los demás.

Si para los padres, educar significa llevar a los hijos a crecer en virtudes, para los maestros, educar no debería significar llenar la cabeza del alumno con una serie de conocimientos, sino ante todo, formar personas capaces de pensar y de seguir aprendiendo por su propia cuenta, y de interactuar con otras personas.

Hoy más que nunca, es necesario educar desde las causas, removiendo los obstáculos que dificultan el aprendizaje, para que los chicos puedan descubrir sus propias capacidades, hay que ayudarlos a responder sus propias preguntas, repreguntándoles de forma proporcionada a su capacidad. Si los chicos aprenden a descubrir la realidad por sí solos, si se deleitan con ella y se asombran, más tarde o más temprano podrán llegar a la sabiduría.

Educar requiere además, integrar lo visible y lo invisible, pues ambas cosas forman parte de la misma realidad. De ahí la importancia de la educación simbólica o poética, y de que los niños lean los buenos libros clásicos, para poder leer más tarde, los grandes libros clásicos.

3.            ¿PARA QUÉ EDUCAR?

Conviene recordar que la palabra escuela, proviene del griego skholḗ, en latín schola, que significa nada más ni nada menos que “ocio”. ¿Por qué el nombre con que hoy denominamos los lugares donde educamos, significa ocio? ¿Cuál era el significado original de éste término? No era un tiempo para holgazanear, ni para no hacer nada. Significaba sí, tranquilidad y tiempo libre, pero era un tiempo dedicado a “escuchar” a las musas, a asombrarse con la contemplación de los misterios de la naturaleza y del ser. Era un tiempo para pensar, para filosofar, para contemplar la realidad tal cual es. Hoy, ese ocio contemplativo, puede encontrarse en la liturgia católica. Y esa contemplación, facilita notablemente el crecimiento en virtudes: si contemplar la inmensidad del universo ayuda a crecer en humildad, contemplar a Dios hecho pan, ayuda mucho más… Eso es -o eso debe ser-, la escuela.

Para “contemplar la realidad tal cual es” –para conocer, amar y servir a Dios en la tierra y en la vida eterna-, pensamos que las instituciones católicas deberían educar para la santidad, para el amor, para la liturgia, para pensar -para aprender a aprender-, y para descubrir la verdad, practicar el bien y contemplar la belleza.

Educar para la santidad

Una institución educativa católica, que no tenga como misión –explícita o implícita- educar a sus alumnos para la santidad, para su salvación eterna, está dejando de lado la única cosa realmente necesaria[iv] en la educación de sus hijos. Lo mismo se puede decir de unos padres católicos que no pongan la salvación eterna de sus hijos, como fin principal de su educación.  

Educar para la santidad, no significa educar para que los chicos, de adultos, sean curas o monjes: santo puede ser cualquiera, el pistero de una estación de servicio, la cocinera de una estancia o el presidente de un banco. Solo significa que lo primordial en la educación, es formar las almas de los chicos para que habiendo conocido, amado y servido a Dios en la tierra, alcancen su salvación eterna. Para ello es necesario darles la mejor formación doctrinal y espiritual posible, dentro de una cosmovisión cristiana. Es necesario proveerles de “anticuerpos” para enfrentarse a un mundo notoriamente hostil al cristianismo.

Nada de lo que se enseña en una institución católica, debería ser más importante que la educación para la santidad. Y todos los saberes que allí se enseñen, deberían participar de algún modo, de esa educación, cuyo objetivo es formar santos, hombres y mujeres enamorados de Cristo, que vayan donde vayan, dejen plantada la semilla del Amor de Dios que a ellos se les transmitió. Así, cuando les toque partir al Cielo, podrán entrar por la puerta grande, junto con sus parientes, amigos y conocidos. No hay objetivo más alto que este en la educación católica.

Educar para el amor

Educar para la santidad, implica educar para el amor. Si educamos para el amor, lo demás vendrá por añadidura. Pero… ¿cómo educar en el amor? Contemplando el crucifijo y leyendo las Sagradas Escrituras. Mirando a Aquel que fue crucificado por amor. Preparando a los chicos para los sacramentos y enseñándoles la importancia de aprovechar la gracia que con ellos nos llega. Especialmente, la gracia que nos llega a través del Bautismo, de la Confesión frecuente, y la Comunión frecuente.

Educar para la Misa

Educar para la santidad y el amor implica educar para conocer en profundidad el significado de la Misa y de la Liturgia, ya que es imposible amar lo que no se conoce. Sin una profunda educación litúrgica es imposible que los chicos lleguen a amar profundamente la Eucaristía, donde se encuentra Nuestro Señor Jesucristo realmente presente en su cuerpo, en su sangre, en su alma y en su divinidad. Hay que entusiasmar a los chicos con la idea de que ese Dios hecho hombre, que tanto nos ama y que entregó su vida para salvar las nuestras, nos espera a diario en la Eucaristía.

Pero para eso es necesario que comprendan por qué la Misa es el centro y la raíz de la vida de la Iglesia y de la vida interior de todo cristiano; por qué Nuestro Señor quiso quedarse en la Eucaristía; por qué se hizo a sí mismo pan del banquete que el mismo instituyó para reunir a sus hijos en torno suyo; por qué quiso ser contemplado en el ocio de la liturgia.   

«Lo que ocurre en el altar es la cumbre, el resumen, la «recapitulación», de lo que ha ocurrido en todos los altares que han elevado los hombres desde la creación, de todo lo que Dios ha hecho por ellos y continúa haciendo; la continuidad de los tiempos no es más que una pedagogía divina, en que, progresivamente, la humanidad recibe su educación para participar en la misa».[v]

Educar para pensar

Educar, como dijimos, no es poner el contenido de unos libros en un cerebro, ni enseñar a memorizar y repetir conocimientos cuyos fines el alumno desconoce. No. Educar es enseñar a razonar y a aprender. Es ayudar a los chicos a ver la realidad –visible e invisible- tal como es, como un todo, y atendiendo tanto a lo cuantitativo como a lo cualitativo.

En las últimas décadas, en varios países del mundo, se han fundado instituciones educativas católicas con el objetivo de formar a sus alumnos en Artes Liberales. Algo así como un retorno – con las adaptaciones necesarias-, al método educativo medieval –la escolástica-, cuyo origen y fin estaba en Dios. Para los medievales, todo provenía de Dios, y la razón humana, iluminada por la fe, estaba llamada a profundizar en el conocimiento de la realidad para acercarse más al Creador. Así, la cultura medieval, estaba inmersa en una cosmovisión cristiana.

Las Artes Liberales empiezan por el Trivium –Gramática, Dialéctica y Retórica- y siguen por el Quadrivium –Aritmética, Geometría, Música y Astronomía-. En particular, las materias del Trivium, permiten a los alumnos aprender la a manejar las herramientas del lenguaje, a “sentirlas” hasta que se vuelven una “segunda naturaleza”, hasta que las puedan usar sin necesidad de pensar. Comprender la estructura del lenguaje y la forma de usarlo, definir con precisión sus términos, construir argumentos lógicos y detectar falacias, es clave en la educación para pensar y expresarse correctamente.

Santo Tomás de Aquino decía que mientras “el fin del saber teórico es la verdad, el fin del saber práctico es la acción”. Las Artes Liberales, forman a los alumnos para pensar, para aprender por sí mismos y para buscar la verdad antes que la acción, que es lo que permite ser auténticamente libres. De modo que cuando actúen, lo hagan con conocimiento de causa. Por supuesto que para que las Artes Liberales den el fruto esperado, deben estudiarse inmersas en una cosmovisión cristiana. Si no, la verdadera libertad es muy difícil de alcanzar.

Las Artes Serviles, por su parte, forman a los hombres para trabajar con fines utilitarios. En la actualidad, casi todo el sistema educativo está orientado, de algún modo, hacia las “Artes Serviles”; sólo unos pocos estudian Artes Liberales.

Educar para lo bueno, lo bello y lo verdadero

Finalmente, una buena educación para la santidad, debe educar para descubrir la verdad, hacer el bien y valorar la belleza. Es necesario reivindicar la existencia de verdades objetivas, capaces de ser descubiertas por la razón, y recordar que el bien auténtico, es inseparable de la verdad. Verdad y bien están también muy relacionados con la belleza, a la que Santo Tomás define como “aquello cuya vista agrada”, porque tiene “la debida proporción”.

4.            PROBLEMAS DE LOS MÉTODOS EDUCATIVOS MODERNOS

En la Modernidad, el hombre empezó a apartarse de Dios. Como consecuencia, la cosmovisión cristiana en la que vivía inmerso, se empezó a diluir. Este distanciamiento se agravó cuando el enciclopedismo, hijo de la Ilustración, fraccionó el conocimiento y dividió los saberes en materias. Así, la educación empezó a centrarse en lo particular y a olvidar lo universal. El hombre, que antes estudiaba para conocer a Dios, pasó a conocer para conseguir un trabajo, ganar dinero y cumplir un ciclo vital, cuyo único fin es pasar por la vida lo mejor posible.

Además, en el siglo XIX, Inglaterra desarrolló un modelo educativo “en serie”, pues el Imperio Británico necesitaba formar funcionarios capaces de actuar igual en todas sus colonias. Esto condujo a una alfabetización masiva, pero casi terminó con la educación personalizada y con el estudio de los universales. A partir de ese momento, sólo ciertas elites siguieron educando a sus hijos para pensar, mientras las grandes masas pasaron a ser educadas para hacer.

Como consecuencia del apartamiento de Dios y del fraccionamiento de la realidad en saberes especializados, aparecieron las ideologías. ¿Cómo ocurrió esto? Es tan grande la necesidad de un absoluto en el corazón del hombre, que tras apartarse del Absoluto verdadero, empezó a absolutizar aspectos relativos de la realidad. La especialización en materias, llevó a los ilustrados a absolutizar la importancia de la razón, a los románticos a absolutizar la importancia de los sentimientos, a los capitalistas y marxistas, la importancia de la economía, etc. Pero es un error mirar toda la realidad a través de un solo lente.

Encima, la división en materias, es lo que llevó a que hoy la clase de “Religión”, sea una más entre otras, cuando la cosmovisión cristiana debería atravesar transversalmente toda la educación. La religión debería estar presente de algún modo en todas las materias. Hoy, lo que ocurre, es que en la clase de “Religión”, la catequista les habla a los chicos de la Creación; y dos horas más tarde, la profesora de biología les enseña que el hombre proviene del mono. Y nadie parece darse cuenta de la contradicción implícita. Educar a los chicos en una cosmovisión católica, es imposible si al menos no se respeta el principio de no contradicción.

El modelo educativo moderno, tampoco parece ser adecuado para alfabetizar correctamente a los jóvenes: basta ver la escandalosa cantidad de faltas de ortografía que tienen. El castellano es sustituido por un dialecto millenial. ¿Cuántos de estos chicos conocen el significado de lo que dicen? ¿Cuántos pueden escribir e interpretar un ensayo?

La escritora inglesa Dorothy Sayers[vi], se quejaba a mediados del siglo XX de que los jóvenes debían “luchar contra la propaganda masiva con un puñado de materias”, y de que “clases enteras y naciones enteras quedan hipnotizadas por las artes del hechicero”. Así se refería a la facilidad con que las personas que no aprendieron a pensar pueden ser manipuladas. El problema que Sayers denunciaba en 1947, hoy se ha agravado en forma notoria.

Sayers decía que “nuestro tiempo está condicionado casi en su totalidad por lo intuitivo y lo inconsciente y lo irracional, gracias a que se ha descuidado el entrenamiento de la razón”. Y que por ese motivo, hombres y mujeres de todas las edades, “son presa de las palabras en sus emociones en lugar de dominarlas en sus intelectos”. Más actual, imposible.

Por eso, si no se hace un esfuerzo intencional por integrar saberes particulares entre sí (historia, geografía, literatura, etc.), es casi imposible que cuando llegue el momento, los chicos puedan integrarlos en universales. Para lograrlo, es necesario que las instituciones católicas contraten educadores mínimamente formados en filosofía realista, aristotélico / tomista. Quizá, para muchas instituciones, sea ese el cuello de botella: que no hay suficientes educadores bien formados para poner en funcionamiento el modelo como es debido.

A todos estos problemas se suman en Montevideo los problemas descritos en la introducción.

5.            EL PROGRAMA DE HUMANIDADES INTEGRADAS DE JOHN SENIOR

En los años ’70, en la Universidad de Kansas, los profesores John Senior, Frank Nelick y Dennis Quinn, crearon un Programa de Humanidades Integradas muy fuera de lo común: en sus 9 años de existencia, más de 200 de los estudiantes que pasaron por sus aulas, se convirtieron a la fe católica. De ellos, más de 20 pidieron ser admitidos como monjes benedictinos en la Abadía de Fontgombault. Todo esto ocurrió sin que sus docentes les hablaran jamás de religión, porque la universidad era laica. Eran los tiempos del Mayo francés, del desorden estudiantil, del movimiento hippie y la crítica antisistema.

Estos tres profesores debatían en el aula sobre pasajes de La Ilíada de Homero o sobre la Política de Aristóteles. Recitaban poesías de Chaucer o sonetos de Shakespeare, recordaban letras de  canciones folklóricas… Fue tal el éxito que tuvieron y el entusiasmo que despertaron en los alumnos, que estos empezaron a imitar a sus profesores, a reunirse en grupos para debatir sobre los clásicos, a recitar poesía, a aprender caligrafía monástica y latín, a escuchar música clásica, a observar las estrellas…

El programa, iba mucho más allá de los “Grandes Libros”. Senior llevaba a sus alumnos al campo, les enseñaba a andar a caballo, y los invitaba con buenos vinos y buenos quesos a la luz de la luna, mientras observaban las estrellas. Todo esto lograba despertar en ellos el deleite y el asombro por las cosas buenas, bellas y verdaderas de la vida. Tras el asombro, les hablaba sobre el hombre en cuanto hombre, sobre el fin último de la vida…

Sin embargo, John Senior creía que leer los “Grandes Libros” no alcanzaba. El sostenía que había que empezar por los buenos libros, porque creía que “las ideas de Platón, Aristóteles, San Agustín y Santo Tomás solo pueden prosperar en una tierra imaginativa saturada de fábulas, cuentos de hadas, leyendas, rimas y aventuras: los libros de Grimm, Andersen, Stevenson, Dickens, Scott, Dumas, etc”. Temía que centrar la formación en los Grandes Libros, condujera a sus estudiantes a la soberbia.

Por su parte, Nelick afirmaba que “la causa final de la literatura, es la instrucción de la persona mediante el gozo”, y por eso entendía que había que recuperar el “orden poético del conocimiento”, y volver a enseñar poesía y latín. Para Quinn, la enseñanza de “los Grandes Libros”, tenía como objetivo insuflar en los estudiantes el sentido del asombro y el conocimiento por amor a la verdad, no a la utilidad. Por eso reivindicaba la pedagogía clásica, con cuentos y leyendas, con canciones y bailes, con música. Él veía que a sus alumnos les resultaba difícil usar la memoria y la imaginación y por eso los ejercitaba en la poesía.

La educación que ellos impartían era viva, integral, universal. El objetivo del programa no era que los alumnos desarrollaran su intelecto para hacer más dinero en su vida profesional, sino que fueran capaces de asombrarse, de contemplar, de pensar, de amar y ser felices. Ayudaba a los chicos a pensar al “homo” en cuanto “sapiens”, no en cuanto “económicus”.

Senior y sus colegas lograron esas 200 conversiones, porque los clásicos nos hablan de “un mundo que estaba invadido por Dios, un mundo donde la fe era una realidad sustantiva”: una especie de “líquido amniótico” en el que la sociedad se desarrollaba, dice Juan Manuel de Prada. Por eso volver a los clásicos, es clave para recuperar la cosmovisión cristiana.

A los temas fundamentales de la vida, como la existencia de Dios, el amor, el perdón, la vida y la muerte, llegaban leyendo y comentando obras clásicas. No es que esté mal dar clases de doctrina al modo tradicional. Pero todo es más fácil cuando la imaginación se estimula con bellos textos, con imágenes y experiencias de vida. Hablar del sentido de la vida leyendo poesía, no es lo mismo que hacerlo comentando estadísticas de depresión y suicidio.

6.            CLAVES PARA LA RECUPERAR LA COSMOVISIÓN CRISTIANA

Volver a la educación en Artes Liberales

A nuestro juico es clave volver -con las adaptaciones necesarias-, a la educación clásica en Artes Liberales, a la integración de saberes a través del Trivium y el Quadrivium, a la lectura de los grandes clásicos, y al contacto lo más frecuente posible con la naturaleza. ¿Por qué? Porque la realidad es una sola. Un árbol, está relacionado con el suelo y la latitud donde crece. Tiene una historia; puede ser estudiado científicamente, pero al árbol también se le puede cantar. De ahí la importancia de vincular los conocimientos literarios con los históricos, con los geográficos, etc. Si no es posible desterrar las materias, al menos hay que tratar de integrarlas, para que cuando llegue el momento de pasar a la filosofía, los chicos sean capaces de descubrir por sí mismos, la conexión entre saberes y llegar a los universales.

Si la educación no llega a la síntesis de los universales, los chicos saldrán del sistema educativo sin haber comprendido para qué fueron al colegio. Esta integración de saberes ayuda a ver el mundo por el lado del todo y no de la parte. Enseña a pensar y enseña a aprender. Ayuda a descubrir el Absoluto, permite ver la realidad tal cual es, y evita que se absolutice lo relativo. Es un antídoto contra las ideologías.

Transversalizar la religión

La religión debería transversalizar todas las materias seculares, allí donde no sea posible eliminarlas. A lo sumo, las materias podrían usarse como materia prima para desarrollar el Trivium. Para esto, todos los docentes de una institución educativa, deberían tener presente que el sentido último de la educación católica, es la santidad de los alumnos. La Misa, por su parte, debería ser el centro de las actividades de la institución católica. En ella se cuentan las maravillas que Dios hizo en la historia del hombre, y en ella se encuentra Dios mismo con el hombre.

Hoy, por ejemplo, se está transversalizando la ideología de género en todo el sistema educativo, en las leyes, en los organismos públicos… ¿Qué significa “transversalizar” el “género”? Significa sumergir toda la realidad, en una cosmovisión de género. Esto está ocurriendo hoy, mientras en las instituciones católicas, se enseña “Religión” como una materia más. ¿No parece más razonable, si de veras creemos que todo fue creado por Dios, impregnar de cristianismo cada uno de los saberes seculares que enseñamos a nuestros alumnos?

Si todas las realidades humanas nobles son santificables, entonces es necesario volver a mirar la realidad con una visión católica integral. Claro que hay que evitar la tentación de creer que para los problemas temporales, hay “soluciones católicas”. Pero ello no implica renunciar a brindar en las instituciones católicas, una educación totalmente inmersa en una cosmovisión cristiana: porque el espacio renunciado, lo ocuparán ideologías hostiles al cristianismo.

Recuperar el conocimiento poético

Los saberes prácticos, utilitarios, son importantes, pero no son los únicos. Una educación que da una importancia superlativa a cómo se hacen y cómo funcionan las cosas, carece de una visión amplia, de una visión capaz de contemplar la totalidad de las realidades humanas.

Y es que hay otros tipos de conocimiento, como por ejemplo, el conocimiento profético, que es el más antiguo de todos, y que fue revelado por Dios al hombre en las Sagradas Escrituras. Existe también el conocimiento mítico, que se obtiene mediante narraciones fantásticas situadas fuera del tiempo histórico, y que son protagonizadas por grandes dioses o héroes. Luego, el conocimiento filosófico, es el que se alcanza mediante la contemplación de la realidad: es el que se capta por los sentidos y se comprende por la razón.

Finalmente, está el conocimiento simbólico o poético, que surge de la contemplación, pero se detiene en un momento anterior a la reflexión fría y estructurada. Es poético el asombro que produce contemplar un cielo estrellado, el aleteo de un colibrí, o el poder de una ballena. Es poético el conocimiento que, por unos instantes, deja boquiabierta y en pausa a la razón. Es poético el conocimiento que alegra y eleva el alma: es un conocimiento que evita que el alma se seque y muera.

De hecho, Oscar Wilde y Juan Manuel de Prada, coinciden en sostener que Nuestro Señor hablaba en parábolas porque era poeta, porque sabía que la poesía y el lenguaje literario, “tienen una capacidad de conmoción mucho más fuerte que un lenguaje puramente doctrinal”.

Este conocimiento poético puede ejercitarse aprendiendo a tocar instrumentos musicales, contemplando la naturaleza, dibujando, pintando, escribiendo unos versos.

Frecuentar la naturaleza

Encerrar a los hijos en una burbuja debilita su “sistema inmunológico” cultural. Es necesario que adquieran las defensas intelectuales y emocionales necesarias para enfrentar sin complejos, la cultura dominante. Por eso es necesario ponerlos en contacto con la naturaleza.

Trepar a un árbol, escalar un cerro, navegar en canoa, andar a caballo, pescar, cazar, acampar en el monte, encender un fuego bajo un cielo estrellado, son experiencias inolvidables, que incentivan la memoria, la imaginación y la creatividad, y ayudan a adquirir virtudes que forjan el carácter como la fortaleza, la reciedumbre, la templanza, y la prudencia. Es necesario sacar a los chicos del Play Station y procurar que tengan aventuras reales. Que se embarren, que se mojen, que enfrenten las inclemencias del clima.

Ver lejos, mirar al cielo o al horizonte, contemplar la inmensidad del universo, entender que no podemos controlar buena parte de la naturaleza, nos ayuda a descubrir nuestra pequeñez, nuestras limitaciones: nos ayuda a crecer en humildad, a no creernos el ombligo del mundo. Hay que cambiar las pantallas por las estrellas. Porque mientras las pantallas alienan, las estrellas atraen los ojos y el alma al Cielo. Y ayudan a relacionar de forma intuitiva, lo visible con lo invisible: ¿qué hay más allá de las estrellas?

Involucrar a los padres

Hoy, más que nunca, es necesario que los padres se involucren en la educación de sus hijos, y sobre todo, en su educación religiosa. Los colegios no son estaciones de servicio donde uno deja al hijo para que le llenen la cabeza de conocimientos.

La misión de las familias de hoy, es parecida a la que cumplieron los monjes de la Edad Media, cuando en el silencio de sus monasterios, rescataron la cultura clásica de las garras de los bárbaros. Aquellos monjes, transmitieron a la posteridad la sabiduría griega y el derecho romano. Si hay un ejemplo en la historia de sentido de trascendencia, es precisamente, el de esos monjes anónimos.

Elton Trueblood, capellán de la Universidad de Harvard, dijo una vez que “quien planta árboles bajo cuya sombra sabe que nunca se va a sentar, ha comprendido el verdadero sentido de la vida”. Eso es lo que hicieron aquellos monjes, y es lo que están haciendo las familias que hoy, sin ruido ni escándalo, cuando procuran legar a sus hijos lo que queda de la cultura cristiana clásica. Transmitir ese legado al futuro es la mejor alternativa para rescatar la cultura cristiana. Y a la sociedad de su destrucción.

Formación personal de los padres

Para involucrarse con éxito en la educación de sus hijos, es crucial que los padres católicos, se formen mínimamente en historia de las ideas, filosofía, literatura clásica… La formación personal es clave, porque nadie puede dar lo que no tiene. Si queremos transmitir a otros lo bueno, bello y verdadero que posee la cosmovisión cristiana que queremos restaurar para legarla a las próximas generaciones, tenemos que estudiar, leer, investigar… La información es importante, pero la formación mucho más, porque nos ayuda a entender por qué en el mundo, pasan las cosas que pasan. Y también tenemos que vivir lo que predicamos rezando, confesándonos, yendo a Misa. Ser coherentes con lo que predicamos, es fundamental.

Formar en virtudes

La brutal pérdida de valores que padece nuestra sociedad no parece tener arreglo con una educación en valores más relativista que realista. Lo que hace falta es educar en virtudes. ¿Por qué? Porque toda jerarquía de valores, es subjetiva. Y no siempre los “valores” más importantes están debidamente priorizados. Además, la educación en valores es teórica, mientras las virtudes sí tienen una jerarquía, y son eminentemente prácticas.

Las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, deberían estar al tope de la jerarquía. Luego, las virtudes cardinales, fortaleza, templanza, justicia y prudencia. Y luego, todas las virtudes humanas: generosidad, paciencia, laboriosidad, puntualidad, orden, etc.

Además, la educación en virtudes implica un compromiso del educando, pero, sobre todo, exige gran responsabilidad por parte del educador, ya sea el padre o el maestro. Exige una conducta ejemplar por parte de quien tiene la misión de educar: nadie puede dar lo que no tiene, ni enseñar lo que no vive. Así, de padres trabajadores, puntuales y honestos, es muy probable que salgan hijos trabajadores, puntuales y honestos. Y viceversa.

Contemplar la belleza

Hoy, a pesar de que el “feísmo” parece dominarlo todo, cualquier persona es capaz de admirar la belleza de una puesta de sol, de un pájaro o una flor. El deleite que produce ver un pico nevado, escuchar una suave melodía clásica, o contemplar unos versos que llegan al alma, pueden llevar al hombre a conocer la verdad y a practicar el bien. De ahí a conocer y amar a Dios, Creador de toda belleza, sólo hay un paso. San Francisco de Asís, que era un poeta y un esteta de calidad excepcional, decía que “en lo bello de las criaturas, veía lo Bellísimo”.

Es clave educar a los hijos en la belleza. Dice Santo Tomás de Aquino que lo bello consiste “en una adecuada proporción, porque el sentido se deleita en las cosas bien proporcionadas”. Lo específico de lo bello, es el deleite en conocer y amar al ente, y disfrutar de su perfección.

Dostoyevski dice que “es posible vivir sin ciencia, sin pan, pero que sin belleza es imposible vivir, porque entonces al mundo no le quedará nada que hacer. ¡Se hundiría en la barbarie, no podría inventar ni siquiera un clavo…!” Si se elimina la belleza, la vida pierde su sentido.

Dostoyevski se preguntaba si la belleza salvaría al mundo: la respuesta es afirmativa, porque el Salvador del mundo es el autor de la Belleza. La Belleza de la Resurrección venció a la fealdad del pecado y de la muerte, para que los hijos de Dios nos deleitemos en conocer y amar a nuestro Creador, para que podamos contemplar su infinita Belleza por toda la eternidad.

Selección

Para superar el problema de la poca cantidad de personas comprometidas con este modelo, con capacidad intelectual, moral y espiritual para llevarlo adelante, es necesario empezar por algo muy pequeño. Por un colegio, un grupo parroquial o un grupo de estudio de unos pocos, pero buenos profesores, y unos pocos alumnos, a los que hay que formar muy, pero muy bien. Ellos son el recambio. Ellos son los que formarán a otros, y estos a otros, y así sucesivamente.

8.            CONCLUSIÓN

Al menos los alumnos católicos de las instituciones católicas –que naturalmente, deben estar abiertas a todos-, deberían recibir una formación integral que les permita tener claros los principios básicos de su fe. Sólo así podrán vivirlos y transmitirlos. Una institución educativa en la que no se celebra la Santa Misa, ni se alienta a participar en ella, ni a hacer oración, ni a confesarse… ¿puede llamarse católica? También cabe preguntarse si es digna de tal adjetivo una institución educativa en la que sí se celebra Misa, pero en la que se enseña darwinismo, maltusianismo, relativismo, etc…

Para recuperar la cosmovisión cristiana de la realidad, es necesario que las instituciones católicas brinden a sus alumnos una formación en Artes Liberales que les enseñe a pensar y a aprender por sí mismos, y una formación relgiosa transversalizada en todo el programa de estudios. Una formación fundada en los buenos y grandes libros de la literatura universal y en el corpus doctrinal aristotélico tomista. Una formación complementada con mucho deporte y con mucho contacto con la naturaleza, que ayude a crecer en virtudes y que lleve al asombro ante todo lo bello, bueno y verdadero. Una formación donde todo conocimiento conduzca al encuentro con Dios. Una formación que rescate del olvido el conocimiento poético, como etapa previa al conocimiento racional de los universales y de la metafísica en general. Una formación capaz de devolver al mundo la fe en Dios, en la verdad, y sobre todo -en este momento de la historia- en la Humanidad. Dios tiene fe en el hombre: somos los hombres los que al apartarnos de Dios, hemos perdido la fe en el hombre.

Álvaro Fernández Texeira Nunes


[i] “Estudio sobre el vínculo de los católicos con la Iglesia en Montevideo, especialmente la catequesis” – Equipos Consultores, 26 de octubre de 2017.

[ii] Buena parte de estas reflexiones surgen de la escucha atenta de una serie de conferencias dictadas por el Dr. Roberto Helguera (https://www.youtube.com/user/rthelguera), argentino, abogado y experto en educación en Artes Liberales, en homeschooling y en la vida y obra del Profesor John Senior. Para profundizar en los conceptos vertidos aquí, recomendamos vivamente escuchar, una por una, estas conferencias.  

[iii] https://www.corpusthomisticum.org/snp4026.html “Non enim intendit natura solum generationem ejus, sed traductionem, et promotionem usque ad perfectum statum hominis, inquantum homo est, qui est virtutis status” (In IV Sent. dist.26, Q.1, a.1.).

[iv] “Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que muy estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria: María eligió la mejor parte, que no le será quitada” (Lc. 10, 38-42).

[v] Leclerq, Jean, “El amor a las letras y el deseo de Dios” (1957).

[vi] Sayers, Dorothy, “The lost tools of learning” – The Hibbert Journal: A Quarterly Review of Religion, Theology, and Philosophy, Volume XLVI, October 1947–July 1948.