En su libro Sociedad y sensatez, (1953), dice Frank Sheed que uno de los peores errores que cometió Karl Marx fue creer que era posible cambiar el mundo sin necesidad de comprenderlo. Su otro gran error fue creer que la conducta de los hombres se reduce a un problema matemático. El rotundo fracaso del marxismo, se debe, por tanto, a su ignorancia sobre las realidades que quiso cambiar.

Hoy asistimos al fracaso más o menos generalizado de otros sistemas económicos, educativos, sociales, sanitarios, etc. ¿Qué es lo que está pasando? ¿A qué se debe la crisis actual, la crisis del occidente otrora cristiano?

La respuesta, a nuestro juicio, es bastante sencilla: la mayoría de estos modelos están fracasando, porque como el de Marx, están basados en ideologías alejadas de la realidad. ¿De qué realidad? La del hombre. Muy pocos pueden acertar hoy a responder la pregunta clave: ¿qué es el hombre?

Así como quien administra una estancia, debe tener claro lo que es una vaca, un gobernante serio y responsable, debe tener claro cuál es la esencia del hombre. Por eso, recomienda Sheed que “los que ordenan sistemas sociales estudien al hombre, puesto que el hombre es la materia prima de los sistemas sociales”.

Preguntarse qué es el hombre equivale a preguntarse cuál es su naturaleza, su esencia. Para ayudarnos a dar una respuesta certera, Sheed se pregunta si está mal tratar a los demás hombres para beneficio propio, o convertirlos en esclavos o en conejillos de indias y hacerles vivisección. Si respondemos que ambas cosas están mal, la pregunta siguiente es: ¿por qué?

Hace muchos años comencé una charla para jóvenes políticos preguntándoles si les parecía correcta la definición de hombre que hay en un museo estadounidense, a saber: 65% de agua, 18% de carbono, etc. Uno de los asistentes -ateo- respondió que esa definición no era correcta, pues faltaba “un intangible”. Este joven entendió que el hombre no es solo materia, sino que hay algo más: un intangible, al que muchos llamamos alma.

A este concepto de hombre -la de un ser con cuerpo material, y un “intangible” al que llamamos alma- nuestro amigo ateo llegó por la razón natural. Esta idea es prácticamente la misma que ha venido afirmando el cristianismo durante los últimos veinte siglos. Solo que con un agregado: para los cristianos, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso, su alma, principio de animación del cuerpo, es espiritual, y por eso, el hombre, a diferencia de los animales, puede realizar operaciones espirituales como amar, reír o condolerse. Con las potencias de su alma espiritual -inteligencia y voluntad- el hombre puede, libremente, pensar qué quiere hacer y decidir cómo y cuándo actuar, a favor o en contra de sus instintos primarios. Y lo más importante: si el alma del hombre es espiritual, entonces es inmortal, puesto que no está sujeta a la corrupción, como sí lo está su cuerpo material.

Algunas ideologías sostienen que el hombre es pura materia, otras, consideran que es puro espíritu, y otras, que la realidad la fabrica el hombre en su mente. Por eso, aseguran que lo único importante no es tener una idea certera sobre qué es el hombre, sino libertad para que cada uno exprese lo que cree que es el hombre.

Si el hombre fuera solo materia corruptible, y la vida terminara con la muerte, lo lógico sería que el hombre aprovechara al máximo su vida en esta tierra, aplastando, si fuera necesario, a quienes tiene alrededor, pues, aparte de las leyes humanas, no tendría que rendir cuentas a nadie de su conducta. Y si el hombre fuera solo espíritu y el cuerpo no importara en absoluto, no habría que preocuparse ni por la salud ni por la alimentación de nadie.

Por tanto, la única respuesta verdadera sobre la esencia del hombre parece haberla dado el cristianismo, al afirmar que es un ser compuesto de cuerpo mortal -sagrado, por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios- y alma espiritual inmortal, llamada a elegir, libremente, conductas acordes a los mandamientos de su Padre Dios, ante el cual deberá rendir cuentas al final de sus días. De hecho, los mandamientos no son otra cosa que una guía para que el hombre comprenda cuáles son los comportamientos que más convienen a su propia naturaleza.

Si los gobernantes no aceptan la realidad y se siguen guiando por ideologías sacadas de la galera, sus modelos económicos y sociales estarán destinados al fracaso, igual que el modelo marxista.

Álvaro Fernández Texeira Nunes

Publicado en La Mañana – 3 de Febrero de 2021