Se podría decir que en Uruguay, las relaciones entre la Iglesia y el Estado han sido, desde principios del siglo XX, cordialmente tensas. En numerosas ocasiones ha existido una cierta tensión entre ambas instituciones; pero como nuestra Iglesia nunca se caracterizó por ser demasiado levantisca, sus relaciones con el Estado han sido más bien cordiales.

El Estado  

La Real Academia Española define al Estado, como la “forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio”. En otras palabras, es la organización que el pueblo se da a sí mismo, incluida la autoridad que acepta como legítima.

En principio, el Estado tiene como fin principal, garantizar la satisfacción de ciertas necesidades que los ciudadanos no pueden satisfacer por sí mismos.

Si bien los ciudadanos se pueden unir para fundar un colegio privado con el fin de educar a sus hijos, o una mutualista para atender su salud, hay actividades como la construcción y mantenimiento de las redes viales, la prevención del delito y la administración de justicia, la defensa exterior, la recaudación de impuestos, la emisión de moneda o las relaciones internacionales, de las que necesariamente debe encargarse el Estado.

En cierto sentido, en estas cuestiones, el Estado, tiene como misión “dar a cada ciudadano lo que corresponde”. Esta es, ni más ni menos, que la definición clásica de justicia. El Estado puede y debe ser justo con los ciudadanos. Pero sería un error –y sería injusto- pedirle más.

La Iglesia

Si bien en Uruguay hay distintas confesiones religiosas, me referiré a la Iglesia Católica porque es la que conozco, y porque en palabras del Cardenal Strula, es la “partera de la Patria”. Los fines principales de la Iglesia Católica, son dar testimonio del amor de Jesucristo a los hombres, predicar sus enseñanzas, y contribuir a la salvación eterna de las almas mediante la celebración de los Sacramentos, signos sensibles y eficaces de la gracia. Con frecuencia, impulsada por ese amor que Cristo le enseño a vivir, la Iglesia ayuda al pueblo oriental con numerosísimas obras de caridad. Una caridad –un amor- que el Estado, limitado a velar por la justicia, es incapaz de brindar.

El gran aporte de la Iglesia a nuestra nación -y a todas las naciones del mundo- consiste en agregar a la sociedad, el ingrediente del amor.  Un amor que necesariamente, conduce al perdón, actitud imprescindible en una sociedad fracturada por ideologías individualistas, centradas en los propios “derechos”.

¿Acaso es la justicia quien hace feliz al hombre, o es el amor quien lo lleva a su plenitud? ¿Es el martillo del juez el que cerrará la brecha social, o es el perdón quien nos librará del creciente enfrentamiento entre los de arriba y los de abajo, entre los de la derecha y los de la izquierda?

La conjunción ineludible

Cuando Jesucristo vio la moneda del César, dijo que había que “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. No dijo que hubiera que dar una cosa o la otra, sino la una, y la otra. Las dos juntas. Porque el César y Dios, el Estado y la Iglesia, no son mutuamente excluyentes: son complementarias, aunque cada uno se ocupe de lo que le es propio.

Parece necesario promover, a como de lugar, una cooperación cordial y distendida entre la Iglesia y el Estado. Una cooperación que permita asegurar la justicia necesaria por un lado, y el amor y el perdón de corazón por el otro. Esta tarea, se llevará a cabo cada vez mejor si se parte de una cosmovisión en la que el amor y la justicia, se entienden como necesidades complementarias de todo ser humano.     

A pesar de los pecados de algunos de sus hijos -a veces tan horribles como los de algunos gobernantes-, la Iglesia jamás ha negado la importancia del rol del Estado, con quien siempre ha cooperado. ¿No será hora de que el Estado reconozca explícitamente el apoyo prestado por la Iglesia Católica en particular, y por las religiones en general, al pueblo oriental? ¿No será hora de que la laicidad sustituya al laicismo, y de que los dos remos de la Patria se empiecen a mover más coordinadamente? No se trata de que una religión influya en el Estado. Se trata, simplemente, de que la justicia, el amor y el perdón estén cada vez más presentes en la sociedad. Es el único modo, a nuestro juicio, de cerrar la fractura social y construir una sociedad más sana.

Álvaro Fernández Texeira Nunes

Publicado en La Mañana – 17/03/2021